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Chelo y su Chevrolet Bel Air de 1956

02 Junio 2021 // Historia

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Desde hace mucho tiempo sueño con un Bel Air de finales de los 50, pues en mi caso cuando era un niño mi familia poseía uno igual, del cual conservo muchos recuerdos. Es posible que alguna vez se alineen los astros y se cumpla el deseo, pero mientras tanto dedicamos este articulo a Don José A. Pérez Hormiga (conocido por sus amigos como Chelo), propietario de este elegante Chevrolet Bel Air Coupe DeLuxe 1956, que ha pertenecido a su familia por casi 50 años, en un estado original de fábrica más que aceptable, solo habiéndolo repintado y tapizado respetando colores y materiales originales, embelleciéndolo con el Continental Kit y el faro de mano o pirata originales (elementos opcionales de la época) además de no descuidar sus mantenimientos de rigor cada año, funcionando incluso la auténtica radio de lámparas, los papeles originales de su primera matriculación y propietarios, además del libro de instrucciones en castellano. Esto se podría calificar como cápsula del tiempo, solo que en este caso jamás ha estado aislada, sino todo lo contrario.

El Bel Air fue un coche producido en serie entre 1953 y 1975 por Chevrolet, una división de la General Motors de 1950 a 1952. Los automóviles Chevrolet de lujo eran llamados Bel Air, aunque todavía no era el nombre oficial, utilizado a partir de 1953.

El modelo de 1956 es un auto que tuvo el inconveniente de haber sido un tanto olvidado debido a la gran popularidad de los modelos 1955 y 1957, en cierta forma el Chevrolet 1956 ha sufrido el “síndrome del hermano del medio”, por una parte, el “hermano mayor” (el modelo 1955) significó una revolución para la marca tanto del punto mecánico como estilístico, y el “hermano menor” (1957) es considerado como el mejor auto de su época. Así las cosas, el Chevrolet 1956 es un modelo de transición, pero tiene características únicas que lo hacen muy llamativo.

Con tan grandes cambios, los especialistas creían que el modelo 1956 sería muy parecido al de 1955, sin embargo, Chevrolet tenía una competencia muy fuerte con Ford, y decidió invertir bastantes millones de dólares en el nuevo diseño del modelo 1956.

Otro aspecto importante era la potencia, pues la competencia hacía muchos esfuerzos en ese sentido. Para mostrar la velocidad del nuevo modelo, se decidió intentar romper el récord de velocidad para la categoría de automóviles no modificados. El motor era un V8 de serie con “Power Pack” (carburador cuádruple, doble tubo de escape) de 265 CV de potencia, con lo que se podía llegar a 100 km/h en 9 segundos.

La carrocería del modelo 1956 es unos 6 cm más larga que la del 1955, pero por lo demás las dimensiones son similares. Respecto a 1955, el principal cambio es en el frontal; la parrilla era más convencional, compuesta por gruesas barras cromadas horizontales, las direccionales de forma cuadrada se encontraban a los costados de la parrilla para completar un frontal muy simple y armónico.

El interior es muy parecido al del 55, pero la banda cromada que cubre el tablero tiene ahora barras horizontales en vez de orificios en forma del logotipo de Chevrolet. Las luces traseras eran más grandes que en 1955 y los cromados sobre las puertas más anchos, el capó era más plano que en el año anterior y estaba adornado con un emblema de la marca y una” V” cromada para los autos con motor de 8 cilindros. En la parte trasera las ruedas estaban más descubiertas que en el 55 y opcionalmente se ofrecía la rueda de repuesto externa (“Continental Kit”).

Después de esta pequeña y particular introducción de este conocidísimo modelo, retomamos la otra historia, la de este TF-10.820 y su propietario, a pesar de que parte de su fabricación y ensamblaje fue autorizada por General Motor en países como Venezuela, Canadá y en varias plantas de EEUU, este en particular se fabricó en Atlanta (Georgia) y traído a Tenerife desde Amberes junto a otros dos, matriculándose el 17 de mayo de 1957. La vida de este icono de la ingeniería americana de los soberbios años 50, va en paralelo con la vida y afición de nuestro protagonista desde que fue adquirido en 1968 por su padre (Don José A. Pérez Rodríguez, importante empresario vinculado a la venta y alquiler de vehículos en Tenerife) hasta el día de hoy.

Chelo, a la edad de 10 años, en 1967, ya era campeón de Karting infantil en Tenerife.

Conserva muchos trofeos y diplomas de aquellos tiempos. Más adelante tuvo varias motos, pues siempre le llamaron mucho la atención, y después vinieron bastantes coches; unos mejores que otros, pero siempre su primera idea era la de tener y conservar el coche de su padre, pues ese era y es el vínculo familiar que guarda los recuerdos de toda una vida compartida con su familia. El coche pasó a su nombre al fallecer su padre hace ya casi dos décadas, y son muchas las exposiciones, presentaciones, películas, reportajes, diplomas y premios que engrosan el caché de este “haiga” que nos transporta a otros tiempos, además del cuidado de su propietario, que celosamente lo custodia día a día, dejando patente su gran afición a los vehículos clásicos además de su modestia a la hora de presentárnoslo, pues a mi parecer, de lo único que presume quizás sea del goce y delectación que engloba toda una vida de recuerdos unidos a su máquina.

Lorenzo Suárez Dorta

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