Los Porsche del Clàssic salen por Andorra
Aprovechando el conocimiento que el compañero Jordi Mercader tiene de Andorra y que él era el encargado de organizar la salida, la ruta salió de Tona, en la comarca de Osona, y subiendo por la del Ripollès y a través de la Cerdanya nos llevó hasta el pequeño país de los Pirineos. Lo que pasa es que en lugar de hacer el conocido camino de Ribes-Collada de Toses-Puigcerdà-La Seu y entrar en Andorra por La Farga de Moles, eligió algo más entretenido desde el punto de vista de la conducción y el turismo. En Campdevànol nos desvió hacia Gombreny, Castellar de n'Hug, Coll de la Creueta y, ahora sí, la Collada.
Una vez hecho el reagrupamiento al culminar la Collada, hicimos la bajada hacia la Cerdanya por la carretera clásica, el eje pirenaico, que el año pasado no la pudimos hacer porque estaba cortada por obras. Como curiosidad, en la cima de la Collada coincidimos con un buen puñado de clásicos del Club de La Garrotxa, que también hacían una salida, también tradicional cada año.
La subida a Andorra por la parte francesa es una delicia de paisaje, aunque las edificaciones comerciales de Pas de la Casa sean como una blasfemia en medio de aquellas montañas.
El punto de destino, donde llegamos para comer, era el hotel Park Piolets de Soldeu. Fantástico en todo. El domingo por la mañana fuimos al Museo de la Miniatura en Ordino, pasando por el Col del mismo nombre. Esto permitió una parada en el mirador del Roc del Quer, encima de Canillo, con una excelente panorámica sobre el valle. En cuanto al museo, sólo decir que vale mucho la pena, sobre todo si te lo muestra su propietario (el museo es privado). Este hombre, un personaje digno de conocer, ha atesorado una cantidad prodigiosa de arte popular y litúrgico de la Europa del Este.
Desde allí, para hacer unos cuantos kilómetros de carreteras bonitas, se subió por La Massana y Pal hasta el punto fronterizo donde termina el asfalto y comienza la bajada de tierra por el valle de Tor, ya en Catalunya.
Buenas vistas, fotos de rigor y vuelta atrás hacia el restaurante del Coll de la Botella para el almuerzo. Y por la tarde, vuelta a casa pasando por el tradicional atasco de la frontera de la Farga de Moles. Ya sabemos que todo placer tiene su penitencia.
Texto y fotos: Florensa