LA ESPERA
El aluvión de personas llegadas a la ciudad buscando una vida digna a veces sólo supuso el trasvase de la precariedad de vida en el campo y en el medio rural a entornos de altas concentraciones humanas. Así llegó Esteban a la ciudad, aunque a esto le dicen extrarradio. Qué se habrá creído ese perro… ¿A que le ladro? se va a enterar. Como te iba diciendo, soy el quinto perro que guarda esta moto del sol radiante, de la lluvia persistente y del viento, también le ladro al inquilino de lo ajeno, y poseo el conocimiento que me transmitieron los que estuvieron antes que yo. A veces vienen personas a preguntarle a Esteban si la Derbi está en venta, y él sonríe levemente y dice que se irá con él a la tumba. Esteban, por cierto, hace días que levantó esta tapa de encima del motor, y acariciándome la cabeza me dijo que iba a por una herramienta.
No lo he vuelto a ver, será que no la encuentra. Sigo aquí, como siempre. Esperando. Mónica, la hija, está triste.
Una lágrima que caía de su mejilla quedó colgando del faro cuando me trajo de comer y parece que la moto está llorando, o a mí me lo parece.
Molesta pulga, espera que levanto la pata para rascarme ¡Ras ras!, no me piques más. Sigue sin venir. Dice el perro del vecino que es un ciclomotor posterior a la época de la Autarquía, pues democratizó la libertad de movimientos y lo mismo se usaba para el trabajo, ir al fútbol y ¡Hasta la playa los domingos! También me ha dicho algo de un coche que supuso el fin de este tipo de motos, aunque me ha contado más de seiscientas historias y ya no sé qué creer. Vaya, ahora la lágrima se me está cayendo a mí.
Están llorando también tierra, cielo y viento y se me está escapando un lamento. ¿Y Esteban, dónde está?
Deja de picarme ya. Maldita pulga.
Diego Del Valle