¿Y a ti, cuándo te han dicho que volvían?
Pues eso no es nuevo. Simón me hablaba apretándose a mí con las manos en el volante cuando subiendo aquel Puerto del que no recuerdo su nombre, cargado con las ilusiones de verano de la familia, yo sufría y sudaba. Me animaba, me refrescaba. Por ahí viene. ¿Quién? El que se lleva nuestras piezas. Dice el francés de la esquina que se las llevan para reconstruir el trasiego cultural de esos lugares llamados ciudades, reconciliándolos con nuestra especie y nuestro pasado. ¿Por qué nos han abandonado? No, no nos han abandonado. Me dejaron aquí con una promesa. ¿Cuál? No la recuerdo. Anoche pasé frio. Siento pequeñas cosquillas en mi interior. ¿No serán ratones? He leído en un periódico, que amarilleó antes de desvanecerse en la tapicería donde Ana conoció el amor, que hay algunos de nosotros que se transforman en testimonios materiales de la civilización que aunque parezcan sin habla e inmóviles, transmiten alguna información mediante su piel de metal y vidrio. Los reúnen, son observados y fotografiados. ¿Tú informas de algo? Yo sólo espero. Creo que la historia queda confinada, sitiada, por el desparpajo de lo sucio. Yo no estoy sucio. Me han dejado abiertas las entrañas y el aire trae la tristeza. Oí que los niños se habían casado. ¿Recuerdas la playa? Aún poseo debajo del asiento una pala y un rastrillo, pero no puedo jugar con ellas, en el alma solo tengo soledad, mi reloj de arena se ha quedado atascado en domingos de risas y juegos. Por ahí se acerca. ¿A quién le toca hoy? No anuncies lo irremediable, volveré a rodar. Ayer la vi desde la loma mirándome. Percibí una lágrima en su mejilla. Pero detrás estaba el otro, pleno de rabiosos corceles e insultantemente joven. ¿Y el marido? Esa, esa es otra historia. Creo que le fue infiel con una alemana grande de muchas ventanas y motor trasero.
¿Y a ti, cuándo te dijeron que volvían?
Diego del Valle